Monday, July 5, 2010

Juegos escénicos: propuestas de Brasil y Perú confluyen en un mismo espacio

El pasado lunes 28 de junio se presentó en la Galería del ICPNA de Miraflores una performance compuesta por fragmentos de tres distintas obras: “Pequeno sonho das folhas vermelhas” del bailarín y músico brasilero Marco Xavier; “Estanque” de la bailarina peruana Maureen Llewellyn-Jones; y “Montaña. El arte de permanecer de pie correctamente” de la bailarina brasilera Simone Mello. Participaron también de este juego escénico propuesto por Marco Xavier, los músicos peruanos Ramón Nanura y Edgar Arosena, quienes tocaron principalmente la guitarra acústica y la guitarra eléctrica.

Se trató de un recorrido por distintas zonas de la galería. Si bien la propuesta tuvo un formato de collage, hubo algunos elementos unificadores que le permitían al espectador moverse dentro de un mismo universo escénico. La pieza de Marco Xavier y la de Maureen Llewellyn Jones guardaban cierta relación ya que ambos trabajos se inspiraron en temas relacionados con la naturaleza; mientras que el de Simone Mello partió de reflexiones sobre el acto de la creación. Fue visible, además, que los tres artistas han realizado investigaciones en las que hacen uso de distintas técnicas de movimiento, las cuales fusionan o descomponen para generar una calidad propia.

Otro recurso común es que los tres involucran de manera activa al espectador. Al no haber un guía ni zonas dispuestas para la ubicación del público, fueron los mismos espectadores quienes desde el inicio determinaron los límites del espacio y la proximidad física que mantendrían con respecto a los bailarines. Por su parte, los artistas hacían evidente su conciencia de la presencia del público: mirándolo directamente, intercambiando gestos con él, o generando distancias muy cercanas durante el desarrollo de sus performances.

La primera intervención estuvo a cargo de Marco Xavier, quien empezó desplazándose por el espacio mientras tocaba la armónica. Lo acompañó uno de los músicos peruanos pero no para tocar otro instrumento sino para iniciar una danza sostenida que recurría a ciertos movimientos orientales; en ella, la gestualidad y las acciones físicas nos remitieron a un ambiente natural.

La performance cobró mayor intensidad con la intervención de Simone Mello, quien a través de la manipulación de una tela y de movimientos repetitivos pero con cambios de ritmo graduales, logró concentrar la energía de la concurrencia, que hasta entonces había estado disipada. Simone exploró la pared como punto de apoyo, logrando momentos conmovedores. La exposición de su torso desnudo fue uno de los momentos mejores logrados por la naturalidad con que se realizó.

La figura, presencia y apoderamiento del espacio de Maureen Llewelyn-Jones hicieron que el público ingrese rápidamente en su universo interior. A pesar de que sus movimientos mantuvieron un ritmo constante, sin cambios que generasen mayores sorpresas; tanto su sonrisa intimidante como su mirada penetrante sostuvieron un baile que parecía ser una ofrenda para quienes la rodeábamos, con un gran nivel de proyección. La música en vivo acompañó adecuadamente todo este momento, sin que la presencia de los músicos distraiga el ojo del espectador.

Una nueva intervención de Simone durante la cual improvisa movimientos violentos y desgarradores, resulta interesante por el hecho de ver a la bailarina en un estado emocional totalmente diferente al anterior. Son muy meritorias sus transiciones de movimientos muy expresivos y arriesgados hacia acciones muy pequeñas y cotidianas, manteniendo una línea fluida.

En el último espacio de la galería, nos espera Marco Xavier con un traje blanco en el que guarda hojas secas. Se crea una nueva atmósfera con una textura muy clara, que evoca a la magia de la naturaleza y que nos remite al momento inicial de la performance. Sin embargo, nuevamente la repetición sin cambios de ritmo ni elementos sorpresivos termina por agotar esta acción que se extiende más de lo necesario. Interesante por primera vez el uso del proyector que hasta este momento ha acompañado las performances mostrando fotos fijas. Esta vez, las imágenes son proyectadas en el traje blanco de Marco; es Simone quien manipula el aparato, siguiendo atenta e insistentemente todos los movimientos del bailarín.

Este juego escénico, como fue anunciado, resulta interesante por las individualidades pero no logra explotar los recursos a los que apela (las proyecciones, la música en vivo, la presencia activa del espectador) ni plantear relaciones del todo claras entre los bailarines. Definitivamente, los casi 80 minutos que dura la performance, se sostienen por la presencia de los artistas y por lo agradable que resulta apreciar tres cuerpos con tres calidades de movimiento tan distintas entre sí. El trabajo resulta una interesante muestra de procesos creativos, pero con muchas mejorías posibles en el ritmo general, la concepción, la estructuración y la conjunción de las tres performances en un solo espectáculo. Sin duda, la iniciativa de mezclar en un mismo espacio propuestas de artistas de distintos países constituye una experiencia distinta para el público limeño.

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